El rol de las empresas en la lucha contra el cambio climático
Principal emisor de gases de efecto invernadero, el sector privado tiene en sus manos la obligación de renovarse. ¿Cómo se prepara para hacerle frente a la mayor amenaza ambiental de nuestro tiempo? El Acuerdo de París, los intereses en conflicto y las buenas prácticas en marcha.
“El rol del sector privado es clave. Los gobiernos solos no van a poder cumplir con la agenda de desarrollo sostenible ante el cambio climático”. Esta fue la frase con la que Patricia Espinosa, secretaria ejecutiva de la Convención Marco de Naciones Unidas en Cambio Climático (CMNUCC) se refirió al rol de las empresas durante su última visita a la Argentina. La lucha contra el principal problema del siglo XXI exige, entre otras cosas, la transición hacia una nueva transición energética que priorice fuentes renovables, como el sol y el viento; supone la reducción de emisiones contaminantes; supone nuevas formas de producción, cambios en los hábitos de consumo y redefinición de los residuos como recursos; supone, en definitiva, la necesaria participación del sector privado.
“Hacer negocios ‘verdes’ no es sólo hacer lo correcto, sino también lo más inteligente”, expresó António Guterres, el secretario general de Naciones Unidas (ONU), en una conferencia reciente en Nueva York. En la misma línea, los economistas Nicholas Stern y Dimitri Zenghelis del Instituto Grantham de Investigación sobre Cambio Climático y Ambiente ya anticipaban hace un año que “aquellas empresas que no se preparen para una economía baja en carbono, sufrirán pérdidas financieras importantes y perderán parte de su valor”.
La apropación en 2015 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en particular el número 13 referido a “la acción por el clima”, supuso un impulso clave de la sustentabilidad al interior de las empresas. Y este año, sin ir más lejos, durante la última edición latinoamericana del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés) celebrada en Buenos Aires, el cambio climático se hizo sentir con un panel propio, lo que marcó el lugar que el tema empieza a ocupar en la agenda corporativa. Pero, ¿qué pasos concretos está dando el sector privado en la lucha contra el cambio climático?
El Acuerdo de París
El 1° de junio pasado el mundo se paralizó ante el anuncio de Donald Trump de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París, acuerdo adoptado en 2015 por 195 países para frenar el aumento de la temperatura global. La decisión despertó varias dudas respecto de la continuidad del principal consenso que existe hoy para hacer frente al cambio climático, considerando además que se trata del segundo país más emisor de gases de efecto invernadero (GEIs). Si bien la salida recién se haría efectiva dentro de cuatro años, el intento por debilitar el “momentum” creado en la capital francesa en diciembre de 2015, terminó por fortalecerlo. Y allí las empresas y sus representantes resultaron claves.
Previo al anuncio de Trump, los gerentes de más de 600 firmas (incluyendo Facebook, Apple, Microsoft, Tiffany y Unilever) hicieron pública su posición favorable a permanecer en el acuerdo. La decisión del mandatario, finalmente, fue cuestionada por los empresarios porque entienden que sólo se trata de un acuerdo favorable para el planeta, sino también para los negocios.
El ejemplo más simbólico es el del empresario sudafricano Elon Musk, directivo de Tesla y SpaceX y ferviente impulsor de la energía solar, quien inició el mandato de Trump siendo parte del equipo asesor para apostar hacia las renovables en el país. Una vez dada a conocer la noticia, hizo pública su renuncia al cargo: “El cambio climático es real. Irse del Acuerdo de París no es bueno para EEUU ni para el mundo”. El propio Guterres se mostró contundente ante el anuncio de Trump: “Si el gobierno de EEUU decide irse del Acuerdo, serán los Estados, las ciudades, las empresas, los ciudadanos los que deberán seguir comprometidos con la acción climática”. Junto con representantes de Estados y ciudades, las empresas se sumaron al documento “We are still in” (“Aún estamos dentro”) en el que se comprometen a cumplir con los objetivos de reducción de emisiones firmados por Barack Obama en el acuerdo, independientemente de la decisión “trumpista”.
El principal objetivo del Acuerdo de París es que el aumento de la temperatura de la superficie de la Tierra no supere los 2°C para 2100 (se apunta a 1.5°C por los países más vulnerables). Para ello, los países deben reducir sus emisiones de GEIs, compromiso que involucra a las empresas activamente.
Puesto en vigor el 4 de noviembre de 2016, el acuerdo hoy ratificado por 149 países ya se encuentra en esa etapa de implementación, con las empresas a su lado, tal como ejemplifica Espinosa: “Tenemos ya más de 1.000 empresas que, a nivel mundial, han emitido de manera pública sus compromisos en materia de acciones para enfrentar el cambio climático. Estamos viendo un proceso que, sin dudas, tiene retos, pero muestra una tendencia muy firme hacia el futuro”.
En esa implementación del Acuerdo, la necesaria ayuda financiera -especialmente para los países en desarrollo y más vulnerables a los impactos del cambio climático- da al sector privado un protagonismo especial. Así lo consideró José Luis Valls, presidente para América Latina de la automotriz Nissan, en el marco del WEF: “Los gobiernos no pueden solos. Debemos trabajar de la mano con ellos con objetivos comunes. El sector privado va a otorgar esas inversiones necesarias en una agenda común”.
Conflicto de intereses
Fue durante años uno de los reclamos de los ambientalistas en las negociaciones climáticas: que las principales empresas emisoras se sienten en las mesas de debate. Sin embargo, tal participación plantea varios dilemas. Jesse Bragg, director de medios de Corporate Accountability International, lo explica así: “El conflicto de intereses que existe actualmente es entre la CMNUCC y los grupos empresariales, especialmente de la industria de combustibles fósiles, que tienen una participación financiera en el resultado de las conversaciones y que, a menudo, están en desacuerdo con las políticas climáticas. Al avalar su participación, inciden en las decisiones haciendo ‘lobby’ con los delegados y gobiernos nacionales a fin de promover políticas que no vayan en contra de sus intereses económicos. Hay una diferencia entre actuar ante el cambio climático y escribir las reglas para ello”.
La reflexión de Bragg no es casual: según un informe del Instituto de Responsabilidad Climática de Colorado (EEUU) de septiembre de 2016, las empresas más contaminantes del planeta están vinculadas a la producción del petróleo crudo y gas natural, extracción de carbón y fabricación de cemento, principales generadoras de GEIs. La acción ante el cambio climático supone reducir estas actividades en pos de un sistema energético más eficiente, basado en las renovables. “El conflicto de intereses se promovió desde hace dos años tomando como ejemplo la Convención del Tabaco, en donde las tabacaleras obviamente no pueden formar parte del proceso”, explica Enrique Maurtua Konstantinidis, director de Cambio Climático de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN).
La acción climática
Vayamos a la práctica diaria. ¿Qué están haciendo hoy las empresas para combatir el cambio climático? Siguiendo las líneas del Acuerdo de París, un eje clave se encuentra en la reducción de emisiones. Para esto, un primer paso es contar con la información precisa: analizar la propia actividad, medir el impacto de toda la cadena y formular un inventario. “Así identificamos las etapas con mayor emisión y asumimos compromisos públicos de reducción de emisiones”, explica José Ignacio De Carli, gerente de Asuntos Corporativos de la compañía de cosmética Natura.
La firma Tetra Pak, por su parte, “incorpora la reducción de la huella hídrica, ambiental y de carbono dentro de sus políticas”, tal como explica Horacio Martino, gerente de Sustentabilidad para el área Cono Sur de la compañía dedicada a la solución de envasados de alimentos. “Trabajamos en varios ejes: el 75% del peso de cada envase es realizado en cartulina con certificación FSC, incorporamos bioplásticos provenientes de caña de azúcar y algunos productos no utilizan aluminio. Además, alcanzamos mayores estándares de eficiencia energética en el proceso mismo de envasado”. El objetivo final es que para 2030 todas las plantas se abastezcan en un 100% con fuente renovable.
¿Qué ocurre con esas emisiones que ya no se pueden reducir? Ahí aparecen en escena los bonos de carbono. Natura fue pionera en América Latina; así lo explica De Carli con su primera compensación en un proyecto argentino: “El parque eólico Rawson certifica su reducción de emisiones al generar energía de forma sustentable ante la institución correspondiente. Natura compra esa certificación y así compensa lo que emite y ya no se puede reducir”. El inventario, la reducción y la compensación -con inversión en proyectos de reforestación en Brasil, Colombia y Perú- constituyen los tres pilares de su Programa Carbono Neutro que ya lleva diez años.
Google es una de las compañías tecnológicas que invierte en bonos de carbono. Cada búsqueda que uno realiza allí implica un poder de procesamiento que se traduce en energía y emisiones. A fin de reducir esta huella, la firma invierte en bonos con un objetivo claro: alcanzar el 100% de fuentes renovables para sus centros de datos y oficinas a nivel mundial para este 2017. «Una inundación afecta la distribución, el canal de ventas, las cosechas», dice De Carli». Y concluye: «El cambio climático no es negocio para ninguna compañía».
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Las empresas juegan un papel importante en la agenda de implementación del Acuerdo de París, (acuerdo sobre cambio climático adoptado por 195 países en 2015 para contener el aumento de la temperatura global), y son aliadas indispensables de los gobiernos para concretar sus planes nacionales. Conscientes de que los planes actuales de los países no son suficientes para mantener al planeta en niveles de calentamiento inferiores a los 2ºC, el sector privado se declara listo para ser socio en la ambición.
El caso empresario para la acción climática es claro. Por ello un millar de empresas instaron al presidente Trump a no abandonar el Acuerdo, por los impactos colaterales que la decisión tendrá en su competitividad. Por la misma razón es que Europa, China e India están elevando su nivel de ambición y acción climática anticipadamente.
La transición hacia una economía de bajo carbono ya está en marcha y es imparable. El caso de las energías renovables es quizás el más claro ejemplo de esta imparable transición. Ya son rentables y competitivas, y se instalan a un ritmo más rápido de lo esperado, aún más que las energías de fuentes fósiles. Incluso en EEUU. Un número creciente de las más grandes e influyentes empresas del mundo se comprometieron a obtener el 100% de su energía a partir de fuentes renovables, a través de la iniciativa RE100. La inversión en energías renovables está lejos de disminuir. Las empresas tienen suficientes señales -políticas y de precios- a largo plazo para invertir en una economía y soluciones de bajo carbono.
Para ver e informarse
¿Dónde obtener comunicación periódica sobre la participación (o no) de las empresas en esta agenda de acción climática? Estar informados es el primer paso para un consumo responsable, consciente y de impacto positivo en el planeta.
– A nivel internacional: CMNUCC
– A nivel regional: Conexión COP
– A nivel local: CEADS
| Artículo publicado en el suplemento de Gestión Sustentable del diario La Razón |