Paris Climat: Un nuevo acuerdo frente al cambio climático

(Desde París, Francia) Luego de años de negociaciones, los países establecieron un nuevo documento que determina los próximos pasos a seguir en la lucha frente al cambio climático. Avances, ausencias y desafíos. Responsabilidad política y participación ciudadana. Un análisis sobre los ejes centrales del denominado Acuerdo de París, para comprender el texto que puede llegar a marcar un antes y un después en la historia del planeta Tierra.

“La gente cambia. No el cambio climático”. Con esta frase me encontré en un afiche a orillas del rio Sena, caminando por las calles de París rumbo al predio de la 21° Conferencia de las Partes (COP21) en lo que fueron quizás las dos semanas más intensas para quienes trabajamos en el periodismo ambiental. “El cambio climático es el problema más importante de nuestros tiempos”, afirmó Ban Ki-moon, Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para referirse al principal problema que hoy enfrentamos y sobre el cual los principales líderes del mundo vienen discutiendo y negociando desde hace años.

Luego de lograr superar a los escépticos que negaban el tema, luego de lograr que Estados Unidos y China empiecen a ver la problemática como una necesidad en sus agendas políticas, luego de lograr un primer borrador en Lima, Perú, en 2014; finalmente el pasado 12 de diciembre, 195 partes encontraron consenso respecto de un documento común que fija los próximos pasos a seguir en la lucha frente al cambio climático. “Este texto es el primer acuerdo universal en negociaciones climáticas”, aseguró Francois Hollande, presidente de Francia, país elegido para la celebración de la popularmente conocida “cumbre del clima”.

¿Qué hay detrás de este papel? ¿Qué significan sus palabras centrales en un documento en el que una coma o un simple caracter pueden significar la aceptación o negación de un país? ¿Por qué los titulares del mundo hablan de un “acuerdo histórico”? Un análisis profundo sobre los ejes más destacados de un documento que hoy encontró consenso en los líderes políticos, pero que necesitará de cada uno de nosotros para su cumplimiento.

¿1.5°C o 2°C?

Uno de los antecedentes más importantes con el que se daba inicio a esta conferencia era la presentación por parte de cada uno de los países de sus contribuciones nacionales, es decir, de cómo buscarían reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEIs). Sus propuestas voluntarias enmarcarían un nuevo escenario para las acciones futuras. Allí el debate se trasladó a una pregunta: ¿Cuál debe ser el objetivo de aumento de la temperatura de la superficie de la Tierra para garantizar el mejor escenario posible en el futuro? Conforme lo acordado, las partes deberán lograr que ese incremento se encuentre por debajo de los 2°C.

Sin embargo, los países más vulnerables, como las islas –muchas de ellas afectadas por el incremento en el nivel de los océanos y algunas como Tuvalu o Maldivas a punto de desaparecer- exigieron desde el primer día de la COP21 que dicha cifra se reduzca a los 1.5°C. Sus desesperados esfuerzos lograron que la cifra figure en el acuerdo, pero no como un objetivo conciso a alcanzar, sino como el resultado de “esfuerzos” por tender hacia él. Las emotivas palabras del representante de Filipinas sintetizan lo que esta inclusión significa para quienes sufren en carne propia el cambio climático: “Los principios de Francia son igualdad, libertad y fraternidad. Pero también hay que agregar solidaridad”.

Al momento, con las contribuciones presentadas por las partes y con ocho países aún faltantes, el aumento se encontraría entre los 2.7°C y 3.7°C. Johan Rockström, director ejecutivo del Centro Stockholm Resilience, explica la situación: “Sabemos que necesitamos una transformación hacia la descarbonización hacia 2030. Hoy hay inconsistencia entre lo que presentaron los países con sus contribuciones nacionales y el objetivo propuesto de 2°C”. Por ello, Jean-Pascal van Ypersele, profesor de Ciencias Climatológicas y Ambientales en la Universidad Catolique de Louvain, destacó la importancia de la inclusión de la revisión de las contribuciones cada cinco años, a fin de aumentar su ambición según las condiciones de cada momento. Pero también destacó: “El acuerdo en líneas generales no es absolutamente sólido. El calentamiento en 1.5°C es posible económicamente. No se trata de una cuestión teórica, sino que la condición para que sea real es la voluntad política”.

En uno y otro caso, con un aumento de 1.5°C o 2°C, habrá impacto sobre la Tierra, habrá más catástrofes y la intensidad de los fenómenos se profundizará. Lo que hay que comprender al respecto es de qué estamos hablando con algo que simplemente parece un dato científico. “¿Cuál es la diferencia entre 1.5°C y 2°C?”, escuché en una conversación en los pasillos del predio rumbo a una entrevista. La respuesta sintetiza la problemática: “Miles de vidas”.

Mitigación y adaptación: hablemos de financiamiento

Frente a los intereses de los países desarrollados por poner el foco de las negociaciones en la mitigación, los países en desarrollo y subdesarrollados lograron equilibrar la importancia del documento hacia la adaptación. Es decir, el documento pone la misma relevancia a las acciones que se lleven a cabo a partir del 2020 en materia de reducción de GEIs y adaptación al incremento de frecuencia e intensidad de los fenómenos climáticos. La diferencia entre ambos grupos de países radica en una cuestión clave: cómo se financian las políticas de mitigación y adaptación en aquellos países con dificultades o limitaciones económicas.

La conformación del Fondo Verde del Clima había marcado un antecedente positivo a este respecto. El Acuerdo de París establece el aporte de 100.000 millones de dólares anuales como ayuda para este propósito. Sin embargo, Kumi Naidoo, director ejecutivo de Greenpeace Internacional, establece los desafíos que aún quedan pendientes de esclarecer: “Los países que estamos exigiendo este punto no estamos pidiendo caridad, sino que estamos buscando justicia frente a aquellos que han basado sus economías en la explotación de combustibles fósiles. No es justo que los países en desarrollo y subdesarrollados se hagan cargo de los costos que generan los impactos que ellos han ayudado a generar por años”.

Combustibles fósiles versus energías renovables

“Algo que todos deberían saber sobre la COP21. En el acuerdo climático las palabras ‘combustibles fósiles’ no aparecen. Tampoco lo hacen ´petróleo´ o ´carbón´”. El señalamiento de la periodista y activista ambiental, Naomi Klein, enfatizan una de las principales ausencias del documento y principal reclamo de las manifestaciones llevadas a cabo por organizaciones en las calles de París. Se estima que la reducción de las emisiones sólo será posible con una reconversión del sistema de abastecimiento energético, pero el hecho de que no esté siquiera mencionado en el texto, deja ciertas dudas respecto de lo que ocurrirá con la explotación a base de combustibles fósiles.

Al respecto, Naidoo analiza la situación: “Hoy la humanidad se ha unido en una causa común, pero es lo que ocurra después de la conferencia lo que realmente importa. El Acuerdo de París puede darle a las energías renovables un impulso fundamental”. En este sentido, el secretario de Estados Unidos, John Kerry, se refirió a la falta de perfección del acuerdo y el impacto que tendrá en el sector empresario: “Mientras cada uno en este plenario siente que no es perfecto, así es como debiera ser un acuerdo. Con él, estamos enviando un mensaje directo a las empresas”.

Otra de las ausencias, tanto en el documento como a lo largo de las jornadas de trabajo, fue pensar en la otra principal causa de emisiones: la industria de la carne. Fue en una única charla durante el evento donde se trabajó en la temática, pero aún queda por trabajar cómo se reducirá el impacto de este sector que incluye la ganadería, la extensión de la tierra y una elevada huella hídrica.

Derechos humanos: una alarmante ausencia

“Voten por la vida”. La conmovedora frase de Hollande parece sólo referirse a los atentados previos a la conferencia ocurridos en París, pues en lo que respecta a la vida de todas las personas del planeta parece que aún queda mucho por hacer. A lo largo de todo este año (y desde antes también), las organizaciones de la sociedad civil y los países más vulnerables a los efectos del cambio climático, han enfatizado en la importancia de incluir la temática de derechos humanos en el acuerdo. Quien lea en el documento podrá encontrarlo, pero sólo en el preámbulo, no así en los objetivos del acuerdo; lo que le quita real acción e importancia.

¿Por qué es importante hablar de derechos humanos en un acuerdo sobre cambio climático? Renee Karunungan, advocacy de Dakila, organización de Filipinas que defiende la justicia climática, lo explica: “El cambio climático afecta a las personas. Hay muchas violaciones a los derechos humanos debido a él. No se trata sólo de los derechos de aquellos que son impactados hoy, sino también de los derechos de aquellos que serán impactados a través de las soluciones climáticas”.

Dentro de esta temática, la igualdad de género era otra de las exigencias más relevantes. Así lo subrayó Mary Robinson, representante de la Fundación Climate Justice: “No estamos hablando sólo de cambio climático, sino también y por sobre todo de justicia climática. Los más afectados frente al problema son los que generan menor cantidad de emisiones. Cuando hablamos de cambio climático, hablamos de seres humanos, de personas. Si quieren aprender de resiliencia y adaptación, pregúnteles a las mujeres, ellas son las verdaderas expertas, ellas son las que verdaderamente trabajan en el campo y sufren sus impactos”. En este sentido, el rol puesto en la mujer no radica sólo como actor vulnerable sino también por su potencial como agente de cambio. El rol clave que ocupa en cada familia y en la sociedad en general la vuelve un actor fundamental para la promoción de hábitos más sustentables.

¿Quién controla todo esto?

A excepción de las contribuciones nacionales, lo establecido en el Acuerdo de París es jurídicamente vinculante y respeta el principio de responsabilidades comunes, pero diferenciadas e históricas entre las partes. El gran interrogante detrás de cada renglón del documento radica en saber qué ocurrirá si alguna de las partes no cumple con sus contribuciones, quién controlará que cada país haga lo que tenga que decir, quién determinará que haya una sanción para el que, lejos de disminuir sus emisiones, las aumente. Lamentablemente, se trata de preguntas que en el marco de esta COP21 no han tenido una respuesta. Ecuador fue una de las partes que pidió ante el plenario la conformación de un “Tribunal del Clima” que se ocupara de tal fin. Pero, al momento, el Acuerdo de París no contempla ningún tipo de figura que garantice un control posterior. Pareciera que esos mismos “esfuerzos” por alcanzar un aumento del 1.5°C se tienen que trasladar a los objetivos generales del acuerdo, como si fuesen “esfuerzos” por lograr lo pautado.

En las horas finales de mayor tensión durante las negociaciones, Hollande había expresado: “No seremos juzgados por una palabra, sino por una acción. No seremos juzgados hoy, sino en el resto del siglo”. El Acuerdo de París puede ser considerado como la culminación de un proceso de fracasos y obstáculos, pero también como el inicio de una nueva etapa que, ante las urgencias que presenta el cambio climático en el mundo entero y con un consenso entre las partes que no parecía viable, requiere de acciones contundentes por parte de todos.

El presidente de la COP21 y ministro de Relaciones Exteriores francés, Laurent Fabius, expresó: “Nadie que actúe solo puede ser exitoso. El éxito se logra de manera colectiva”. Los líderes políticos deben y deberán hacer su parte, pero justamente no tendrán que olvidar que quienes los juzgaremos, que quienes contribuiremos a que se cumpla lo establecido, que quienes queremos que ese “resto del siglo” sea mejor para las futuras generaciones somos cada uno de nosotros como ciudadanos, como habitantes de este planeta Tierra. No es el mejor acuerdo en términos de ambición y urgencias actuales, pero es una herramienta más para que, así como somos los responsables del problema, podamos ser los protagonistas de su solución.

| Artículo publicado en Revista Ecomanía |

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Tais Gadea Lara • 20 diciembre, 2015


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