No Gabo, el periodismo no es el mejor oficio del mundo

07 de junio de 2016. Día del Periodista en Argentina. Reflexiones desde el ejercicio, el vivir el día a día y la pasión de ser periodista.

He tenido la oportunidad, el placer y el orgullo de formarme en comunicación en una universidad pública y gratuita y, por ello, siempre sentí una necesidad de devolver algo a esa misma institución, a esa misma comunidad educativa de la que uno forma parte desde el día uno en que se inscribe en una materia. Años (unos cuantos) más tarde de ese primer momento de nervios y expectativas, fue esa misma institución la que me convocó para la desafiante tarea de asistir, pero ya no como alumna, sino del otro lado del escritorio, junto al pizarrón (o ya hoy más apropiado decir pantalla o proyección digital) para enseñar eso que parece tan fácil hacer por muchos, eso que muchos vivimos como algo tan delicado, particular y responsable de realizar.

Comienzo y concluyo cada uno de mis cursos en periodismo con aquel discurso que a mí una vez me compartió un profesor, aquel texto que me hizo reafirmar aún más la decisión que había tomado de ser lo que soy, aquellas palabras a las cuales vuelvo una y otra vez cuando las expectativas parecen desmoronarse y cuando la realidad laboral te cachetea una y otra vez en la cara. «El mejor oficio del mundo», aquel titular que pasó a la historia, para definir las palabras pronunciadas por el escritor, pero también periodista, colombiano Gabriel García Márquez, un 7 de octubre de 1996.

Analizo con los alumnos cada uno de los elementos que allí se expresan sobre las características puntuales del ser periodista y los aspectos diferenciales que deben poner en juego a diario en el ejercicio de su labor. Siempre, una y otra vez, en mis clases he repetido esta idea de que lo que nos diferencia a los periodistas de cualquier otra especialización y formación es justamente ese hecho de ser un oficio, de ser algo que implica un más allá de la formación, ese algo especial que todos sentimos dentro cuando desde pequeños comenzamos a observar atentos las noticias, cuando mirábamos un partido de fútbol y luego escribíamos una crónica, o jugábamos a tener una radio y contar lo que para nosotros eran las noticias del día. Ese «no se qué» que no te enseña ninguna universidad, pero que todos sabemos debemos poner en práctica al momento de escribir un artículo.

Pero fue en ese día a día trabajando que entendí que el oficio sí era lo más diferencial que podíamos tener, pero que hacía falta algo más para un reconocimiento pleno. Pronto entendí que las palabras de Gabo quizás fueron las mejores para describir al periodismo en un determinado momento histórico, pero que hoy necesitan de una redefinición por su contexto más inmediato.

¿Por qué cuando cualquier otra persona recibe el título universitario, percibe luego un aumento de sueldo en el trabajo, y el periodismo no? ¿Por qué he escuchado hablar a periodistas de grandes medios del país decir que «esto no se estudia», cuando uno se pasa años leyendo sobre semiótica, historia, economía, filosofía y tecnología? ¿Por qué el periodista queda solo, sin amparo de nadie, cuando empresarios ponen medios con fines políticos y luego los cierran o declaran en quiebra a su antojo? ¿Quién protege al periodista? ¿Por qué parece no importar no ponerle la firma de uno a su propia nota, cuando es la máxima demostración del trabajo realizado por uno, con la responsabilidad que ello implica? ¿Por qué el periodismo parece seguir siendo, aún en 2016, un simple y mero oficio?

La realidad se hace apenas un poco (o mucho) más compleja cuando, lejos de trabajar en las tradicionales redacciones -aquellas que Gabo describía con tanta pasión- uno crea un ambiente de redacción en su propio hogar como independiente o, técnicamente, «freelance». Cuando el ámbito de trabajo puede ser cualquiera, allí donde uno lleve su computadora, su grabador y su, claro, infaltable anotador. Cuando el título de un artículo se piensa mientras uno se da una ducha y la nota se cierra a cualquier hora de la madrugada si es necesario. Llegar a fin de mes en esta condición se convierte en el máximo aprendizaje que un periodista puede tener. Hacer malabares parece ser la principal aptitud a poner en un currículum, y pelear por un precio justo por un artículo, la principal hazaña de la que, pocas veces, uno sale victorioso.

El año pasado, ante los atentados ocurridos en París, el colega Alejo Schapire dio cuenta de algunos de los obstáculos a los que se enfrenta a diario esta falta de reconocimiento. Argentino, radicado en la ciudad francesa, fue uno de los primeros consultados por los medios de Argentina para saber qué ocurría allí. En un primer momento accedió sin inconvenientes por la urgencia misma de los hechos, por esa necesidad y responsabilidad que todos sabemos tenemos de dar a conocer lo que ocurre, de contar lo que sucede, de informar a la sociedad. Pero al segundo, tercer, cuarto día de ocurridos los atentados, el seguir pretender consultarlo de manera gratuita parecía una burla hacia la misma historia de los corresponsales. ¿Acaso informar lo que ocurría allí no era su trabajo?

Gracias a ser periodista tengo la oportunidad de viajar y cubrir acontecimientos en otros territorios distintos del de mi querido país. La realidad con la que me encontré no dista mucho de mi lugar de origen. En México, al decir que era periodista, una adolescente me preguntó si no tenía miedo en serlo, pues allí desaparecían y asesinaban a colegas que denunciaban actos de corrupción y/o narcotráfico. En Chile, conocí a una periodista unos 30/40 años mayor que yo que aún hoy, luego de una larga trayectoria, continúa haciendo trabajos de manera gratuita por ese famoso discurso de «nos sirve en visibilidad, nos da prestigio».

Cuando Gabo pronunció su discurso yo apenas tenía ocho años. Edad en la que, aún sin saber por qué, ya le había dicho a mi mamá que de grande quería ser periodista. Hoy, 20 años después, no cambio por nada aquello que fue un impulso, una decisión, una voluntad que surgió justamente de «ese no se qué» que llevamos dentro como parte inherente de lo que es el oficio mismo. Hoy, 20 años después, mi querido Gabo, no creo estar ejerciendo, no creo estar haciendo, no creo estar siendo el mejor oficio del mundo… sino la mejor profesión del mundo. Aquella que te permite conocer las realidades más extremas, aquella que te exige asumir la responsabilidad por cada una de las palabras que uno escribe, aquella que permite denunciar y dar voz a quienes no la tienen, aquella que te enfrenta al desafío de comunicar cosas tan técnicas como las emisiones de gases de efecto invernadero y traducirlas al lenguaje de mi abuela, aquella con la cual elegí especializarme en ambiente y sustentabilidad para, a través de cada uno de los caracteres que escribo, generar, al menos un poco, de conciencia y promover un cambio de acción en el mundo. Ese mismo mundo que hoy, 20 años después de tus bellas y aún tan persistentes palabras, nos sigue viendo y tratando como un mero oficio, cuando sí, no todos tienen la misma suerte que nosotros en realizar una tarea que se vive y se disfruta con una pasión inigualable; pero que sí también se trata de una profesión.

Amo, vivo, sufro, disfruto cada segundo de mi vida con esto que no lo puedo llamar un «hacer de vida» sino una forma de ser que uno elige, pues el periodismo no conoce de horarios de oficina, ni de momentos puntuales de trabajo. El periodismo uno lo lleva adentro con cada interés despertado en lo que ocurre, por eso que lo lleva a encender la cámara, a sacar una foto, a grabar incluso cuando uno se pueda llegar a encontrar de vacaciones, por eso que lo motiva a uno a generar iniciativas nuevas todo el tiempo para comunicar de la mejor manera posible, con investigación, con responsabilidad, con ética. El periodismo es la mejor profesión del mundo, hagamos que sea reconocida como tal. ¡Salud colegas!

«Pues el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente»

Gabriel García Márquez

Tais Gadea Lara • 7 junio, 2016


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