Grandes actores de la sustentabilidad: los chicos

Frente a una era dominada por la tecnología y el marketing, recuperar el vínculo con la naturaleza se ha vuelto un objetivo a alcanzar a diario. En este camino en pos de una vida más sustentable, la invitación a compartirlo activamente con las futuras generaciones es una realidad. Aprendizaje mutuo, multiplicidad de sensaciones, nuevas formas de educación. Los chicos se convierten en los actores rumbo al cuidado de la Tierra.

“¿Qué planeta le estamos dejando a las futuras generaciones?” Este ha sido y continúa siendo el interrogante sobre el cual se basan las acciones, las políticas y los programas tendientes a poner en práctica la sustentabilidad. Preocupados por el daño que la humanidad le ocasiona al ambiente a diario, la pregunta nos remite a pensar en aquellos hoy pequeños seres que mañana disfrutarán (de igual, menor o mayor medida) de la Tierra. La situación es tal que en 2010, el científico y profesor australiano Frank Fenner, predijo que la humanidad se extinguiría en aproximadamente 100 años, producto de la superpoblación, la destrucción ambiental y el cambio climático. Es decir, un niño que nace hoy podría ver desaparecer la humanidad.

Pero lejos de crear una mirada apocalíptica, y conscientes de que aún tenemos en nuestras manos el poder (y la responsabilidad) de revertir esta situación, volvamos a ese interrogante inicial en mente. Allí donde pareciera haber un cuestionamiento conciliador, se encuentran en verdad dos de los problemas base de la cuestión. Por un lado, ¿Cómo estamos criando a nuestros hijos? ¿Qué hicimos mal en el camino para que hoy, en lugar de salir a trepar un árbol, lo hagan por medio de una tablet? Por otro lado, ¿Nos pusimos a pensar qué quieren las futuras generaciones? ¿Empezamos a observar cómo estas hoy pequeñas generaciones se relacionan con el ambiente? ¿Los incorporamos al debate para escuchar sus miedos, sus preocupaciones, sus propuestas; para aprender de ellos?

RECONECTARSE CON LO NATURAL

Los pequeños están siendo criados en la era del hiperconsumo donde satisfacen necesidades generadas por las mismas acciones de marketing, a través de productos diseñados exclusivamente para tal fin. La tecnología ha logrado apoderarse del tiempo e interés de los niños quienes han perdido todo atractivo por pasar una tarde con amigos en el parque y prefieren reemplazarlo por horas de videojuegos en el que, quizás, interactúan virtualmente con otros, pero en un parque “ficticio”. Hoy, por solo mirarme, mi sobrino identifica la clave para desactivar mi celular y comenzar a jugar. Ese gran potencial de inteligencia con el que nacen los niños está siendo puesto en vano frente a una pantalla, en lugar de desarrollarlo en el vínculo con la naturaleza.

Casi como un juego de palabras, hemos “naturalizado” esta realidad, sin advertir los riesgos de su existencia. El escritor norteamericano Richard Louv acuñó el término “síndrome del déficit de naturaleza” para referirse al resultado en los niños de hoy de vivir y crecer lejos del contacto con la Tierra. Se trata de una enfermedad social que genera depresión, obesidad, fatiga crónica, estrés, hiperactividad y déficit de atención, especialmente en niños y jóvenes. «No es un diagnóstico oficial, sino un modo de ver el problema y describir los costos humanos de la alienación de la naturaleza», expresa Louv. Ante ello, su remedio es conciso: Vitamina N, es decir, Naturaleza.

Consciente de esta realidad, el inglés David Bond emprendió una campaña revolucionaria: tomo a la naturaleza como su objeto de interés y se lanzó a “venderla” al mercado con estrategias de marketing para reconectar a los chicos con la naturaleza. Lo que empezó siendo un proyecto propio se terminó convirtiendo en una movilización por el centro de Londres, el resto del Reino Unido y el mundo entero. Jóvenes que salen a caminar por el parque y juegan con flores en su cabello, niños que defienden el uso del espacio público para jugar a la pelota, chicos que degustan diferentes tipos de moras extraídas de los árboles vecinales… las acciones son múltiples, las experiencias diversas, las sensaciones compartidas y positivas.

Pero lo que hace a la propuesta de Bond aún más interesante es que, lejos de generar una guerra tecnología versus naturaleza, se sirve de las posibilidades y los usos de la innovación para promover ese vínculo con “lo verde”. Por medio de una aplicación, un niño puede elegir de cuánto tiempo dispone y, en base a ello, ver la mejor actividad de reconexión con la naturaleza.

FUTURAS GENERACIONES DEL HOY

En ese proceso de reconexión de los niños con la madre Tierra –y conscientes de la problemática que estamos atravesando- es importante invitarlos a formar parte de manera activa en el camino de la sustentabilidad. Ello no es sólo jugando en el verde, sino también construyendo juntos las ciudades que queremos. Ese fue el objetivo que se propusieron los creadores de SmartKidsLab. “Nos focalizamos en los chicos porque consideramos que el cambio en el comportamiento ciudadano debe impulsarse desde sus ideas y sus pensamientos, a fin de construir ciudades más humanas e inteligentes”, afirma Martín Villar, impulsor del proyecto.

En la primera experiencia de 2014, niños de entre ocho y 11 años trabajaron, experimentaron y se divirtieron imaginando el lugar donde les gustaría vivir.  Los resultados hablaron por sí mismos: árboles que generan constantemente frutos para las personas que tenían hambre, robots que limpiaban hogares para que los chicos pudieran pasar más tiempo jugando, cestos de basura preocupados porque la gente no los usa, y la necesidad de reutilizar materiales para poder elaborar los proyectos.

“Los niños pueden ser muy buenos agentes de cambio en sus comunidades, pueden ser educadores incluso”, asegura Maira Niode, Líder en Cambio Climático y vice-presidenta del University College London Indonesian Society, y se muestra crítica respecto de los adultos: “En eventos internacionales, como la Conferencia de las Partes o las cumbres climáticas, muchos negociadores se olvidan lo que pueden hacer cada uno de sus días a través de sus acciones”. En este sentido, Niode propone modificar el sistema actual de educación incluyendo la temática ambiental desde chicos e incluyendo a los chicos mismos: “Dejemos de hacerles preguntas que tienen que responder con `afirmaciones correctas´, invitémoslos a hacerse más preguntas sobre la realidad que los rodea”.

ALGUNAS REFLEXIONES PRELIMINARES

“Entre todas las alegrías, la absurda es la más alegre; es la alegría de los niños, de los labriegos y de los salvajes. Es decir, de todos aquellos seres que están más cerca de la naturaleza que nosotros”, expresaba el novelista español Azorín para dejar en la historia una frase que no pierde alegría, ni temporalidad, ni vitalidad. A través del ensuciarse, del caerse, del sonreír, de disfrutar el simple hecho de identificar mariposas de distintos colores; los niños nos enseñan a diario que no hay tablet, ni celular, ni dispositivo que pueda brindar tantas sensaciones positivas como ese mágico vínculo con lo natural.

Pero para que esa reconexión con la naturaleza sea posible, es necesario que transitemos ese proceso y el camino hacia la sustentabilidad juntos. No en una relación de autoridad docente-alumno, padre-hijo, sino escuchando, considerando, aprendiendo también de los más pequeños sobre su visión de la sustentabilidad. El interrogante inicial no es equívoco, está incompleto. Debemos preguntarnos “¿Qué planeta le estamos dejando a las futuras generaciones?”, pero también “¿Qué futuras generaciones le estamos dejando al planeta?”.

| Artículo publicado en Revista Ecomanía #24 |

Tais Gadea Lara • 7 agosto, 2015


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